Está
claro que en esta vida nuestra existen un montón de cosas o situaciones que nos
sorprenden, para bien o para mal. Incluso muchas de ellas pasan a engrosar
nuestro recuerdo, lo queramos o no. Muchas de ellas quedan gustosamente en ese
cajón que de vez en cuando nos da por abrir. También otras permanecen en el
mismo, en contra de nuestra voluntad, generando desánimo, desasosiego.
También
existe otro tipo de recuerdo, de memoria, que resulta corta, muy corta, porque
una de los peores cualidades del género humano, la conveniencia, atenaza
constantemente la mayor o menor amplitud de aquel gran don que tenemos que es
la memoria.
Siempre
me ha llamado la atención la flaqueza de algunos en cuestiones de memoria, y
curiosamente se ha correspondido con personas sobre las cuáles mis alarmas
interiores ya me habían puesto en sobre aviso por su descarado aprecio al muy conocido y popular dicho del “por
interés te quiero, Andrés”. La decepción llega cuando tu sistema de alerta
falla y personas concretas te corresponden de tal manera que ponen en evidencia
la muy escasa amplitud de su memoria y ello a pesar de la conducta que para con
ellos hayas podido haber tenido tiempo atrás y continúes teniendo. No creo que sea cuestión de padecer
una supuesta debilidad congénita en torno a aquella, que pudiera atenuar el
comportamiento realizado, esto es, que pueda justificar por buena fe una
conducta que, en definitiva, sorprende por no esperada. No lo sé. Tiendo a
pensar más en el hecho mismo de que en algunos la memoria es corta
principalmente por pura conveniencia. Y creen que los demás no nos damos cuenta. Ingenuos.
A
la memoria corta, correspondencia corta.