Desde hace
unos meses me ha parecido observar dos estrellitas que brillan en el cielo, porque yo
fui de aquellos a quiénes enseñaron que cada una de las estrellas que brillan
allá arriba se corresponde con un Angelito. Sí, sí, de esos que tan bien supo
retratar el italiano Rafael o el propio Bartolomé Murillo.
Hoy,
tristemente, nos confirman lo cruel que puede ser la naturaleza humana. Lo
inexplicable que resulta, para cualquier conciencia humana, hechos como el
vivido en Córdoba. No he llegado nunca a entender qué puede llevar a segar la
vida de otro, y tampoco ahora, más aún cuando rompemos la inocencia y la alegría que un niño, en sí mismo, representa.
Me cuesta comprender que la repugnancia que me merece hechos como estos pueda ser tildada de locura. Pues no. Loco es aquel que en un momento dado dice sentirse Jesucristo, Napoleón, Juana de Arco o el susum corda, o quién por cubrir una cima asume el peligro que siempre tiene una gran montaña o decide saltar al vacío atado a una cuerda. Esto no es locura. Esto es falta de humanidad. Esto es carecer de cualquier mínimo de sentimiento y, por ello, no merecer el de los demás, no tener derecho, si quiera, a ello.
Sigan brillando las estrellas en el cielo, porque su luz, en algún momento, iluminará la oscuridad en la que alguno hoy vive, justo cuando eleve su vista y observe cuánto mal se ha hecho.